por Stephen Hicks
[This is a Spanish translation of “When Altruism Becomes Pathological,” first published in English at EveryJoe and then translated into Portuguese at Portal Libertarianismo.]
¿Quién es más propenso a engañar? ¿Aquellos que practican deportes individuales o aquellos que practican deportes en equipo?
Un experimento fascinante realizado por el profesor Sharon K. Stoll y publicado en el Chronicle of Higher Education, comparaba a los atletas de deportes individuales como el golf o el singles de tenis, con aquellos que juegan deportes en equipo como el baloncesto o el dobles de tenis. Aquellos que practican deportes individuales mostraron niveles más altos de moralidad, mientras quienes practican deportes de equipo estuvieron mucho más propensos a mentir y racionalizar.
En el tenis, por ejemplo, si la pelota de mi oponente toca la línea, entonces se supone que debo darla por buena y perder el punto. En un partido de singles, soy el único que pierdo el punto, pero en un partido de dobles tanto yo como mi compañero de equipo sufrimos la pérdida. Así que mis incentivos son diferentes, y mi sentimiento de obligación a hacer lo que es mejor para mi compañero de equipo, me da una razón adicional para hacer trampa.
Además, en los deportes de equipo como el fútbol americano o el baloncesto, la estrategia y muchas de las jugadas son armadas por los entrenadores en el banquillo, fuera de la cancha. Por el contrario, en los deportes individuales, cada atleta por sí mismo tiene la responsabilidad de tomar decisiones. Así que los atletas de deportes individuales están mucho más propensos a aprender a asumir la responsabilidad por sus acciones, mientras que los atletas de deportes grupales están más propensos a aprender a seguir las órdenes y trasladar la responsabilidad a otros.
También está la cuestión de cómo ve uno a sus oponentes y a uno mismo. En un combate de lucha individual, uno es muy consciente de sí mismo y del oponente como personas únicas. Pero en los deportes de equipo — con tanta gente usando uniformes — uno está mucho más propenso a ver a los oponentes como un grupo indiferenciado y despersonalizado.
Todo esto nos lleva a un territorio moral más oscuro y a los debates sobre el altruismo — y para ello he tomado prestado el título de mi artículo de la profesora Barbara Oakley y su innovador Pathological Altruism (Oxford University Press, 2012).
El altruismo, como muchos conceptos polémicos y filosóficamente complicados, se utiliza de variadas maneras. En su forma más fuerte, la palabra significa lo que su acuñador, Auguste Comte, quiso decir: que los intereses ajenos son éticamente más importantes, y la disposición que uno tiene a sacrificar los propios intereses por el bien de los demás es el criterio de moralidad. “El principal problema de la vida humana” — argumentó Comte — es “la subordinación del Egoísmo al Altruismo.”
En su forma religiosa, la versión fuerte del altruismo fue impulsada por el Padre Eymard — maestro del escultor Auguste Rodin — quien fue canonizado en 1962. Su principio rector era que “para salvar a la sociedad tenemos que revivir el espíritu de sacrificio” por medio del “sufrimiento y abnegación.” Aún más: “Ustedes están aquí únicamente para inmolarse a sí mismos, en cuerpo y alma.”
En su forma laica, la progresista ganadora del premio Nobel de la Paz, Jane Addams argumentó que “en este esfuerzo hacia una moral más alta en nuestras relaciones sociales, tenemos que demandar que el individuo esté dispuesto a perder el sentido de realización personal, y que debiera estar contento de realizar su actividad sólo en conexión con la actividad de los otros.”
Sin embargo, en los usos más débiles de la palabra, el altruismo a veces simplemente sinifica un comportamiento intencional que respeta o beneficia los intereses de los demás. Tales usos no implican necesariamente una oposición al egoísmo, ya que los comerciantes, conocidos y amigos, y los amantes pueden formar relaciones sociales que son mutuamente respetuosas y beneficiosas de los intereses de cada parte.
La mejor manera de evitar la confusión terminológica es utilizar el término “pro-social” para las intenciones y acciones que fomentan resultados sociales positivos, y utilizar “altruismo” y “egoísmo” para competir sobre cuál de ellos es la forma adecuada para lograr tales resultados sociales positivos.
El punto es el siguiente: Si parte de la ética es difundir el comportamiento “pro-social” (comercio, amistad, etc.), entonces debemos debatir si el comportamiento pro-social se logra mejor mediante el respeto de los intereses de cada individuo, o exigiendo que los individuos sacrifiquen sus propios intereses a favor de los demás. Es decir, ¿pensamos que lo pro-social requiere un compromiso con un “ganar-ganar” (o relación de mutuo beneficio) como argumenta el egoísmo, o con un “perder-ganar” (relación de suma cero), como el altruismo sostiene?
Las preocupaciones sobre las posibles consecuencias patológicas del altruismo conectan directamente con la mentalidad de un tipo de tramposo, como cuando contrastamos anteriormente los deportes individuales con los de equipo:
* Por el bien del equipo, voy a sacrificar mi integridad a fin de mentir.
* Para ser parte del equipo, sacrifico mi independencia de juicio y sigo a los demás.
* “No hay un ‘yo’ en un equipo,” y nuestros adversarios son simplemente “otros”, impersonales.
Es decir, aquellos que se comportan mal, a menudo parecen estar actuando como la versión “fuerte” de altruismo requiere — están poniendo a otros antes de sí mismos; están valorando las necesidades del grupo por sobre las propias; están sacrificando la individualidad en aras de lo social.
El profesor Dan Ariely estudia engaños en grupo, y llevó a cabo un par de experimentos con estudiantes de su universidad, Carnegie-Mellon. Se pidió a estudiantes en un grupo, resolver una serie de problemas de matemática, por los que serían recompensados monetariamente al finalizar. Un miembro del grupo, que en realidad era un cómplice de los experimentadores, se puso de pie después de un rato muy corto y afirmó que había resuelto todos los problemas. Claramente eso era poco probable, dada la cantidad y la dificultad de los problemas. Sin embargo, el supervisor del experimento le pagó su recompensa sin comprobar si realmente había completado todos los problemas. Como era de esperarse, muchos de los restantes estudiantes decidieron hacer lo mismo, afirmando haber resuelto muchos más problemas de matemática de los que realmente habían logrado resolver.
El experimento se llevó a cabo de nuevo con otro grupo de estudiantes, pero con una diferencia: el estudiante cómplice llevaba una remera de la Universidad de Pittsburgh, que lo identificaba como miembro de un grupo social diferente y que era su rival. Cuando el estudiante “complice” con remera de la Universidad de Pittsburgh, hizo la trampa afirmando que había terminado, la subsiguiente cantidad de trampa llevada a cabo por el resto de los estudiantes fue mucho, mucho menor.
La implicación moralmente negativa del experimento de Ariely es que, en la medida en que los individuos se ven a sí mismos principalmente como miembros de un grupo, su responsabilidad individual disminuye. Voy a hacer trampa si otros miembros de mi grupo lo hacen, pero no voy a hacerlo si los miembros de otros grupos lo hacen. Es decir, su brújula moral está dirigida por otros miembros de su grupo, no por sí mismos.
Peor aún: La identidad de grupo puede a menudo conducir a una disposición a sacrificar a individuos que son miembros de grupos externos. El profesor Joachim Krueger, uno de los contribuyentes del volumen de Oakley, señala que “el altruismo tiende a ser parroquial,” y eso significa que cuando los intereses de aquellos en otros grupos están en conflicto con los del propio grupo, sacrificar individuos de los demás grupos parece moralmente justificado e incluso imprescindible. En forma extrema, esta voluntad de sacrificar miembros de grupos externos, es un componente de la psicología genocida. Es por el bien de mi grupo, y las necesidades del grupo son de suma importancia, por lo que todo vale.
Incluso los miembros de un mismo grupo que parecen ser amenazas para el grupo en su conjunto — disidentes, herejes, aquellos con deformidades físicas o enfermedades psicológicas — pueden ser sacrificados moralmente, de acuerdo con el altruismo patológico. Muchos comentaristas han notado el colectivismo altruista contenido en la llamada del Juez de la Corte Suprema, Oliver Wendell Holmes, a forzar la esterilización para evitar “a los manifiestamente inadecuados a continuar con su especie.” Como escribió en Buck v. Bell (1926), “Es mejor para todo el mundo” que dichos individuos sean sacrificados.
Y, por supuesto, la disposición a auto-sacrificarse por el grupo es un componente clave del altruismo. En su forma patológica, aquellos que buscan el martirio por una causa, los pilotos kamikazes y los suicidas, son ejemplos de aquellos que tienen una disposición extrema a sacrificarse, con el fin de mostrar su altruismo y beneficiar la causa de su grupo — ya sea estableciendo un ejemplo de autosacrificio o logrando cualquier valor grupal beneficioso al cual su sacrificio esté dirigido.
El punto es que a pesar de los repetidos reclamos de que el altruismo es algo positivo, hay un conjunto enormemente complejo de fascinantes — y perturbadores — temas que necesitan más exploración — terminológicamente, psicológicamente y moralmente.
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[Traducido al Español por María Marty. Mis otras publicaciones en Español.]