[This is a Spanish translation of “Profits: Good, Bad, and Obscene,” originally published in English at EveryJoe.]
A nadie le gusta perder dinero, pero el lucro genera actitudes polarizadas. Como ocurre con la mayoría de los fenómenos con carga moral—la competencia, la riqueza, la pobreza, la propiedad—lograr superar las discusiones confusas, requiere algunas distinciones sutiles.
Acerquémonos al tema del lucro por medio de un ejemplo de su opuesto: una destrucción accidental de una propiedad. Supongamos que en un descuido, meto mi auto en el jardín de mi vecino, arrancando el pasto y matando algunas de sus flores. ¿Qué debería suceder a continuación?
Obviamente, debo asumir la responsabilidad de mis acciones y compensarlo por su pérdida. Así que obtenemos una estimación de un paisajista de $900 para restaurar el jardín y agregamos $100 por la frustración y pérdida de tiempo causadas. Entonces le doy los $1.000, su jardín queda arreglado y se hace justicia.
Notemos que este ejemplo conecta la causa y el efecto con la responsabilidad y la justicia.
Notemos que este ejemplo conecta la causa y el efecto con la responsabilidad y la justicia.
Mi descuido conduciendo el auto es la causa. La ruina del jardín del vecino es el efecto. Soy responsable de la causa y el efecto. Así que lo único que debo hacer es restaurar su jardín. Para hacer justicia, medimos la destrucción del valor y lo compenso con esa cantidad.
El lucro es el otro lado de la moneda—el positivo—del ejemplo anterior. Cuando mis acciones (causa) conducen a la creación de valor (efecto), soy responsable de la causa y el efecto, y lo justo es que yo sea compensado. Es decir, el beneficio es un fenómeno profundamente justo.
Supongamos que cultivo vegetales en mi jardín y los ofrezco a la venta cuando los cosecho. Tú eres dueño de un mercado y me ofreces $2.000 por mis vegetales. Mi tiempo y otros costos han sido de $1.000. Así que he obtenido una compensación neta de $1.000 por producir algo de valor.
Obtener un lucro—o ganancia—es recibir la recompensa por la creación de valor. Ofrecer una compensación es pagar el precio por la destrucción de valor. Tanto el lucro como la compensación son elementos de justicia.
Los puntos que son válidos para los valores materiales—carteras, automóviles, verduras—también son válidos para los valores psicológicos.
Supongamos que tu hija estudia mucho y obtiene una puntuación perfecta en una prueba de matemática. Su orgullo es el resultado merecido, como lo es las alabanzas de sus maestros y padres. El estudio de la niña (causa) condujo al buen rendimiento en la prueba (efecto). La niña es responsable de causa y efecto, y el orgullo y la alabanza son sus justas recompensas. Por el contrario, socavar su logro o sólo decirle algo agradable a regañadientes, serían actos de injusticia.
O supongamos que tu hijo adolescente hace un berrinche sobre una tontería. Él aprenderá (con suerte) a experimentar la vergüenza, y él se ha ganado cierto grado de desaprobación por parte de los demás.
Así como tomar la propiedad material de otra persona es una injusticia, tomar el crédito por el logro obtenido de otra persona también es una injusticia; por ejemplo, cuando un subordinado hace un buen trabajo en un proyecto, pero tú declaras haber sido el autor al reportar a tu jefe. Y así como adjudicar a otros los costos financieros de tus propias fechorías es injusto, adjudicar la culpa de tus errores a otros también es injusto.
Yendo al grano: el lucro y la justicia están estrechamente vinculados. La creación de valor es el hecho fundamental moralmente relevante; la justicia reconoce la responsabilidad de causa y efecto de quienes crean valor; y el lucro es una forma de recompensar a aquellos que crean valor.
En el reverso: la destrucción de valor es también moralmente relevante; y la justicia requiere reconocer la responsabilidad de quienes lo hacen; y la pérdida es una forma de penalizar a los que destruyen valor.
En el reverso: la destrucción de valor es también moralmente relevante; y la justicia requiere reconocer la responsabilidad de quienes lo hacen; y la pérdida es una forma de penalizar a los que destruyen valor.
Una implicación graciosa: Los beneficios nunca pueden ser demasiado grandes u “obscenos”, porque uno nunca puede crear “demasiado” valor. El millonario que se convirtió en tal por obtener $10 por cada artículo que vendió a 100 mil personas, agregó por lo menos $10 de valor a cada uno de esos clientes. Y si otros 100 millones de personas también quieren ese artículo, el millonario se convertirá en un multimillonario, y así sucesivamente, mientras él continúe mejorando la vida de sus clientes.
Pero una complicación: Medir con precisión la creación o la destrucción de valor puede ser enormemente difícil. Si trabajo de forma independiente como agricultor de verduras, entonces con relativa facilidad puedo contar o pesar mi cosecha y calcular cuánto alimento valioso ha producido mi esfuerzo. Pero si tengo compañeros de trabajo, se hace más difícil medir el valor agregado de las contribuciones de cada trabajador. ¿Cuánto del valor del cultivo resultante se debió a las dos personas que hicieron la siembra, o a las tres que hicieron el deshierbe, o a las cuatro que hicieron la cosecha?
En una economía moderna de división del trabajo, cientos o miles de trabajadores pueden contribuir a la fabricación de un producto especializado como un avión o una película. Por lo tanto, medir erróneamente se vuelve más común y, como resultado, se pueden mal asignar también los beneficios. Algunos pueden obtener más o menos de lo que merecen, y eso es malo.
Entonces el buen lucro es cuando evaluamos con precisión la creación de valor de cada persona y la recompensamos apropiadamente. El mal lucro es cuando al tratar de recompensar a los creadores de valor, nos equivocamos al juzgar. Lo malo es la cantidad que está sobre—o escasamente—compensada.
Hay un sentido en que el “lucro” puede ser obsceno: cuando consideramos a algunos de los que adquieren dinero sin crear valor. Si tomo tu billetera con $100 sin tu consentimiento, o si robo tu auto y lo vendo a $5.000, o si soy un político que demanda sobornos de $10.000 de empresarios productivos, en todos esos casos me vuelvo más rico y obtengo un “lucro”, pero claramente mis acciones no crean valor y no tengo intención de crear valor. Mis acciones son injustas porque separan intencionalmente la creación de valor de su recompensa.
Es útil aquí la distinción que a veces se hace entre la “ganancia” contable y el beneficio económico. Si nos fijamos sólo en los libros contables del ladrón de billetera, del ladrón de autos o del político corrupto, cada uno ha adquirido más dinero por sus acciones, por lo que ha “ganado”. Pero si también miramos los libros contables de sus víctimas, las mismas han perdido. En esos casos, no se ha producido creación de valor, sólo una redistribución de ganancias y pérdidas.
El beneficio económico es diferente. Si nos fijamos en los libros de contabilidad del productor de verduras y del dueño del mercado, por ejemplo, los dos muestran un aumento. Se ha añadido valor a las situaciones de ambas partes. Se ha producido una transacción en la que todos han ganado.
Es la diferencia entre productores y tomadores. Los productores crean valor, mientras que los tomadores simplemente redistribuyen el valor existente creado por otros.
Tanto los productores como los tomadores son responsables de sus acciones. Así que la consecuencia justa es que los productores reciban los beneficios y los honores que son su recompensa apropiada por agregar valor al mundo, y que los tomadores sean penalizados, tanto material como psicológicamente, por el daño que hacen.
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[First published in English. Traducido al Español por María Marty, 2017. Portuguese translation.]
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