¿Por Qué Los Posmodernos Entrenan—No Educan—Activistas? [Spanish translation]

[Por Stephen R. C. Hicks. A translation by Fermin Elizalde of “Why Postmoderns Train—Not Educate—Activists,” James G. Martin Center for Academic Renewal, March 2019.]

He aquí por qué adoctrinar a los niños tiene mucho sentido para los posmodernistas.

La mayoría de nosotros encontramos adoctrinadores pasados de moda en nuestra educación. Los adoctrinadores piensan de esta manera: Hay una única verdad. Estoy en posesión de la misma. Es muy importante que los estudiantes la crean. Las ideas alternativas son una pérdida de tiempo y una tentación para las mentes no formadas, y deben ser rechazadas. Así que, como profesor, usaré mi autoridad y mi poder para inculcar sólo las ideas correctas.

Nuestro ideal moderno de educación liberal luchó una larga batalla contra esa visión. La verdad importa, sí, pero es a menudo compleja, y la exposición a teorías en conflicto y a sus principales defensores es la mejor manera para que los estudiantes puedan resolverlo. Los estudiantes también necesitan desarrollar su propia fuerza mental para poder manejar, independientemente y con confianza, los nuevos y complejos problemas que enfrentarán durante toda su vida.

La declaración ahora clásica de John Stuart Mill sobre el ideal de la educación liberal, argumentaba apasionadamente que los estudiantes deben aprender no sólo las mejores respuestas sino también las de sus contendientes, y que una mente entrenada conoce no sólo las razones de la mejor respuesta, sino también sus críticas más firmes. Y no sólo eso, sabrán los mejores argumentos del contrincante y cómo responder a ellos.

Institucionalmente, entonces, Mill argumentó que las escuelas deberían contratar docentes con diversos puntos de vista. Sólo por medio de la exposición a la articulación experta y apasionada de diversos puntos de vista, los estudiantes obtendrán una educación de primera clase.

La educación liberal ganó, pero la mayoría de nosotros estamos sorprendidos por el resurgimiento de una generación de activistas llenos de ira, liderados por un gran número de estudiantes y recién graduados confrontadores y completamente desinteresados en el debate (y quienes parecen no creer que haya algo que necesite debatirse).

Son productos de una nueva moda de adoctrinamiento, una que resulta de las bases establecidas por dos generaciones de ideología posmoderna.

Los filósofos Michel Foucault, Richard Rorty, Jacques Derrida y otros, miraron con sospecha la “verdad” y la sustituyeron por “narrativas” relativizadas por el grupo, lamentando que esas narrativas suelan estar en conflicto brutal entre sí. No podemos escapar de nuestro “predicamento etnocéntrico”, afirmó Rorty: “debemos, en la práctica, privilegiar a nuestro propio grupo”. Otros afirmaron que las divisiones de raza o género eran más fundamentales.

Ese es el primer paso: no existe la verdad, y prevalece el conflicto racial/ de género/ grupo étnico. Pero entonces, ¿cuál es el propósito de la educación?

Foucault fue explícito acerca de las implicaciones de la muerte de la verdad. Poco después de dejar el Partido Comunista, nos dice, siguiendo el ejemplo de su semi-mentor Jean-Paul Sartre: “Sartre renunció a toda especulación filosófica propiamente dicha e invirtió su propia actividad filosófica en el comportamiento político”.

Ese es el segundo paso: debemos politizar la educación.

¿Pero qué tipo de política? Para los posmodernos de primera generación, el marxismo ortodoxo ya no era sostenible. Se necesitaba algo nuevo, algo, como lo dijo el deconstruccionista Derrida, “en el espíritu del marxismo”, pero sin su torpe equipaje. Manteniendo los temas de explotación y opresión del marxismo y su incansable antagonismo hacia la civilización actual, pero abandonando su fe en la ciencia, su afirmación de que la economía es fundamental y su creencia de que la inevitable marcha de la historia traería la revolución. Ahora, sólo la acción subversiva afectaría la transformación.

Los posmodernistas de la siguiente generación se pusieron a trabajar. Habían aprendido de Foucault, Rorty y Derrida que debían abandonar la verdad por las narrativas, a los individuos por los grupos y politizar el aula con algún tipo de cuasi marxismo. Y luego Herbert Marcuse y Jean-François Lyotard les enseñaron a trabajar dentro del sistema en lugar de posicionarse como revolucionarios que se imponían desde el exterior. Había que unirse a las instituciones líderes del sistema y reelaborar su ética desde posiciones internas en el poder.

Por ejemplo, recordado de la afirmación de Mill acerca de que un buen educador presentará los argumentos de su oponente (y en su forma más fuerte), el profesor posmoderno Stanley Fish dijo: “Esa es la cosa más tonta que he escuchado. Tú no quieres construir los argumentos de tu oponente; quieres aplastarlos”.

Ese es el tercer paso: no presentar las posiciones rivales, y si surgen, reprimirlas inmediatamente.

Frank Lentricchia, uno de los colegas posmodernistas de Fish en la Universidad de Duke, dio el cuarto paso: Con puntos de vista rivales fuera del programa de estudios, los maestros sólo deberían “ejercer el poder con el propósito de cambio social”. La tarea del educador posmoderno es entrenar estudiantes para “detectar, confrontar y trabajar contra los horrores políticos de nuestro tiempo”.

¿Y qué tipo de estudiantes debemos crear? Dos profesores, Breanne Fahs y Michael Karger, instan abiertamente como “prioridad pedagógica” a que entrenemos a los estudiantes para que “actúen como ‘virus’ simbólicos que infectan, perturban y desorganizan los campos tradicionales y atrincherados. Todos estamos familiarizados con el tema de los memes que se vuelven virales en las redes sociales, pero para ser claros, Fahs y Karger citan el Ébola y el VIH como el tipo de virus que tienen en mente, especialmente para nuestras universidades corporativas “sin sentido” y “capitalistas”.

De ahí nuestra generación actual de jóvenes enojados, con toda su energía y temores incipientes. Liberados después de quince años de tal escolarización, sólo quieren Hacer. Algo. Ahora. ¿Pero qué? Sienten en sus huesos que el sistema es opresivo, que están siendo configurados para el fracaso por fuerzas siniestras, que todos detestan a todos, y que no han estado demasiado expuestos a otras ideologías ni han sido entrenados para evaluarlas. Lanzados sin preparación a un mundo hostil, tiene perfecto sentido que sus protestas sean manifestaciones de su rabia interna y su desesperación.

La filosofía es práctica, y los resultados de aplicar la teoría posmoderna a la práctica educativa durante ya dos generaciones, es la gran lección de nuestro tiempo. Una que necesita ser desafiada por cada fibra de nuestro ser.

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A translation by Fermin Elizalde of “Why Postmoderns Train—Not Educate—Activists,” James G. Martin Center for Academic Renewal, March 2019.

El Dr. Stephen Hicks es profesor de filosofía en la Universidad de Rockford, Illinois, EE. UU., y autor de Explaining Postmodernism: Skepticism and Socialism from Rousseau to Foucault y Nietzsche and the Nazis.

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